jueves, 7 de julio de 2016

Iguazú (día 8)

El despertador sonó y un nuevo día comenzaba. Después de desayunar fui a recepción donde enseguida llegó una furgoneta con la que, junto a unas cinco personas más iríamos a visitar el lado brasileño de las Cataratas de Iguazú.
Yo era el único turista español del auto por lo que sólo yo tuve que hacer los trámites de entrada en la aduana puesto que Argentina y otros países Latinoamericanos tienen acuerdos de fronteras abiertas.
Una vez realizados pusimos rumbo a través del Puente Internacional Tancredo Neves, que, sobre el Río Iguazú separa las ciudades de Puerto Iguazú en Argentina y de Foz do Iguaçu en Brasil.
Tras comprar los tickets de entrada al Parque Nacional do Iguaçu, nos internamos en el recinto el cuál a diferencia del lado argentino no disponía de pasarelas, si no caminos situados en la ladera de la montaña desde la cual se tenía una vista privilegiada de las Cataratas de Iguazú. ¡Impresionante!.
Caminando y descendiendo hasta el caudal del río empezabas a mojarte cada vez más y a sentir de verdad la fuerza del agua cayendo...¡una pasada!.

Casi al final del recorrido, una plataforma de unos cincuenta metros de recorrido te internaba en medio de la bravura del río. En ella había puestos de venta de chubasqueros de plástico que, al rato, me arrepentí de no comprar. ¡Menuda chupa que pillé en unos pocos segundos!.
En el último tramo y muy cerca a una de las grandes cascadas había una torre con un ascensor panorámico desde la cuál podías tener una visión panorámica del conjunto del parque. También había una tienda de souvenirs en la que aproveché a comprar unos recuerdos.
Una vez terminada la visita volvimos al coche el cuál nos llevó cada uno a nuestro destino, ¿el mío?, el aeropuerto, ¡como no podía ser de otra manera!. 
Ésta vez mi destino era Río de Janeiro, mi último punto a visitar en el viaje y del cuál esperaba mucho. Tras facturar, pasar el control de seguridad y almorzar despegó el vuelo 3189 de Latam, la nueva aerolínea formada por la fusión de Lam y TAM.

El trayecto de hora y media hasta la capital carioca se me hizo realmente rápido y casi sin darme cuenta estaba ya introduciendo el equipaje en el maletero del coche que me fue a buscar para llevarme hasta al hotel. Divisando al fondo la silueta iluminada del Cristo Redentor nos fuimos internando rápidamente en la basta ciudad, atestada de gente sin camiseta y en bañador, ¡menudo ambiente!, pensé.
La verdad que la temperatura invitaba a ello, ¡era la primera vez en todo el viaje que sentía calor!.
A mi llegada al hotel, tras realizar el check-in y ordenar las cosas bajé a dar una vuelta por la Playa de Copacabana. Ésta estaba situada a apenas veinte metros del hotel y con una gran luna iluminando el mar atlántico ofrecía una escena realmente bonita. Cené algo rápido y volví al hotel, agotado pero deseoso de descubrir la ciudad que realizaría en pocos meses unos Juegos Olímpicos rodeados de polémica y que estarían en boca de todo el mundo. ¡Tenía buena pinta!.

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