viernes, 15 de julio de 2016

Universal Corner | Top 10 Países Que He Visitado

¡Un ranking muy divertido de la mano de Giada!, mi compañera de viaje por tierras escandinavas y que gracias a su nuevo canal de YouTube "Universal Corner" pone en nuestro conocimiento su Top 10 Países Que He Visitado. Algunas de sus explicaciones no tienen desperdicio. 

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jueves, 7 de julio de 2016

Río de Janeiro (día 10)

El despertador sonó y me levanté con energía. Estaba contento, era mi último día de vacaciones, lo que quería decir que pronto volvía a casa, a ver a mi novia, familia y amigos lo que no es ningún drama cuando hasta ese momento has disfrutado de lo lindo.
Después de desayunar me dirigí a la calle, a una esquina cercana donde había quedado con el guía. Una vez juntos, andamos hacia una parada de autobús situada unas manzanas más allá. Ya dentro del mismo y tras una charla sobre las difíciles condiciones actuales del país arribamos a las inmediaciones de la Favela de Santa Marta, ¡mi visita sorpresa!.
Situada en pleno barrio de Botafogo, la de Santa Marta es una de las favelas por excelencia de la ciudad. A pesar de ello no es una de las más aptas para el turísmo, apenas un mes atrás hubo un asesinato entre sus calles y el guía dudó hasta el último instante si aceptar mi visita. Decidimos caminar y ascender a pie, entre los estrechos y sinuosos caminos construidos a improvisación. Las viviendas colgaban aveces de unas vigas poco fiables e incluso las aguas residuales de las mismas caían sobre tu cabeza; excrementos, basura y alguna que otra rata completaban la imagen del lugar.
Poco a poco la ciudad iba quedandose a nuestros pies dejando mostrar una bonita panorámica en la que el contraste económico de la misma era aún mayor; era realmente chocante.
¿Pero por qué mi insistencia en visitar ésta favela?, pues por que era ni más ni menos el lugar en donde Michael Jackson allá por 1995 grabó el videoclip "They don't care about us". Para un fan como yo haber estado en Río de Janeiro y no haberlo visitado...¡hubiera sido catastrófico!. El lugar contaba además con una estatua de bronce que, a modo de homenaje presidía un gran balcón-mirador.

Una señora nos invitó amablemente a entrar a su humilde casa, transformada totalmente en un templo de la jacksonmanía y dedicado exclusivamente a los escasos visitantes de la favela. En ella había una pantalla en la que se reproducía el videoclip. ¡Lo tengo ya muy visto señora!.


Después de que un local un tanto intoxicado me llamara la atención por haber fotografiado su casa nos dirigimos al pie de la montaña. La visita había sido muy interesante, ¡hemos sobrevivido!, pensé. 
El guía me acompañó hasta la boca de metro y me recordó la dirección que debía tomar para volver al hotel. ¡Gracias por todo Javier!.
Ya en la zona de Copacabana y después de almorzar me decidí a comprar un pase para Corcovado y el Cristo Redentor, mi próxima parada.
La furgoneta serpenteaba y ascendía por por una estrechísima carretera de penosas condiciones entre casas primero y rodeados de una frondosa vegetación después. El día se había puesto feo y la lluvia empezó a caer, ni la cima ni la panorámica de la ciudad se divisaban con claridad, ¡menudo día!. 
Ya en la cumbre, a 710 metros sobre el nivel del mar y nada más bajarme del auto decidí comprarme un buzo de plástico para protegerme del agua.
¡Allí estaba!, el famoso Cristo Redentor, símbolo de Río de Janeiro y del país entero, ¡una de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo Moderno!.
De 30 metros de altura, simboliza a Jesús de Nazaret con los brazos abiertos y se tardó más de cinco años en construirlo. Debo decir que sí, que es enorme y todo un clásico pero lo mejor de la visita sin duda son las vistas sobre la ciudad. En un día claro tiene que ser realmente espectacular.
De vuelta a la ciudad y antes de retornar al hotel a hacer las maletas visité la Pedra do Arpoador, una enorme roca entre las playas de Copacabana y Ipanema desde la cual se tiene una preciosa panorámica de ambas. ¡Unas fotos preciosas!.
Las visitas habían terminado y con ello un viaje único; un viaje en el que había conocido dos países interesantísimos, dos ciudades muy diferentes y unos paisajes dignos de quedarse boquiabierto. Pese a todo, fue la primera vez que tuve la mente más en España que en el lugar donde me encontraba...¿por qué sería?. ¡Hasta pronto!.

Río de Janeiro (día 9)

¡Buenos días Brasil!, un nueva jornada amanecía y las vacaciones se iban acabando. ¡Debía aprovechar los dos últimos días!. Tras desayunar vino a buscarme una furgoneta con el guía y dos chicos norteamericanos de más o menos mi edad. El guía, con el que enseguida hice buenas migas resultaba ser de San Sebastián y vivía en Rio de Janeiro desde hacía casi diez años.
Nuestra primera visita en la ciudad fue el Pan de Azúcar. Desde la estación principal del teleférico, situado frente a la Praia Vermelha, los pasajeros ascienden hasta el pico situado a 395 metros sobre el nivel del mar. Varios puntos panorámicos ofrecen vistas a la bahía, el centro de la ciudad, Copacabana...¡precioso!.
Los más afortunados como nosotros pueden ver loros, monos y mariposas revoloteando entre los árboles que asoman a ambos lados de los senderos. El lugar realmente es un punto de naturaleza virgen en medio de una ciudad de más de diez millones de habitantes.
De nuevo en la furgoneta nos dispusimos a ir al centro de la ciudad. Dejando atrás el barrio de Flamengo dimos con la gran mole de la Catedral Metropolitana, un cono truncado con diseño futurista basado en las pirámides mayas rodeado de algunos rascacielos sede de algunas de las empresas más importantes del país. El interior no tiene desperdicio, unas preciosas y luminosas vidrieras polícromas conviven y resaltan con el pesado hormigón.
Adentrándonos en el bohemio barrio de Lapa y divisando los famosos Arcos de Lapa, un antiguo acueducto por el que hoy circulan tranvías visitamos la Escadaria Selarón.
El artista chileno Jorge Selarón transformó la escalera que sube desde Lapa a Santa Teresa en una peculiar obra de arte. Cubrió cada uno de los 250 peldaños de azulejos reciclados de diferentes temas, creando un mosaico de color sin igual en la ciudad. ¡Curioso!.
La visita panorámica de la ciudad junto al guía había terminado y yo aproveché para proponerle, siempre que él pudiera, hacerme de guía en una visita privada para el día siguiente. Él aceptó y intercambiamos los números de teléfono para quedar a una hora. ¡No os podéis imaginar lo que tenía planeado!. Ya solo ante la capital carioca decidí caminar dirección Praia do Botafogo, en el homónimo barrio. Se trata de una de las más famosas playas de Rio de Janeiro y desde ella se tiene una fantástica vista del Pan de Azúcar.
Después de almorzar, descansar un rato y hablar con mi gente caminé por el paseo de la playa de Ipanema. He de decir que el tiempo no acompañaba, el cielo casi siempre cubierto amenazaba seriamente con lluvia y el viento era realmente fuerte. El paseo estaba prácticamente vacío y no exagero si digo que me crucé con un máximo de diez personas en todo el recorrido. ¿Dónde se mete la gente de Rio cuando hace malo?, pensé.
Antes de la cena decidí hacer una parada en uno de los muchos chirinquitos de Copacabana y probar las famosas caipirinhas. Aunque un poco cargada para mi gusto estaba rica y, el estar bebiéndola frente a la playa, pensando y repasando todo lo que había vivido aquellos días fue toda una experiencia, ¿me pones otro por favor?, obrigado. ¡Ésto es vida!.
Tras comprar la cena en un restaurante de comida rápida y llevarla al hotel cené viendo el último capitulo de "En tu casa o en la mía" de Bertín Osborne, sí, eso vi.
Cansado, decidí cerrar los ojos; debía descansar para aprovechar al máximo mi último día en Río de Janeiro. ¡Hasta mañana!.

Iguazú (día 8)

El despertador sonó y un nuevo día comenzaba. Después de desayunar fui a recepción donde enseguida llegó una furgoneta con la que, junto a unas cinco personas más iríamos a visitar el lado brasileño de las Cataratas de Iguazú.
Yo era el único turista español del auto por lo que sólo yo tuve que hacer los trámites de entrada en la aduana puesto que Argentina y otros países Latinoamericanos tienen acuerdos de fronteras abiertas.
Una vez realizados pusimos rumbo a través del Puente Internacional Tancredo Neves, que, sobre el Río Iguazú separa las ciudades de Puerto Iguazú en Argentina y de Foz do Iguaçu en Brasil.
Tras comprar los tickets de entrada al Parque Nacional do Iguaçu, nos internamos en el recinto el cuál a diferencia del lado argentino no disponía de pasarelas, si no caminos situados en la ladera de la montaña desde la cual se tenía una vista privilegiada de las Cataratas de Iguazú. ¡Impresionante!.
Caminando y descendiendo hasta el caudal del río empezabas a mojarte cada vez más y a sentir de verdad la fuerza del agua cayendo...¡una pasada!.

Casi al final del recorrido, una plataforma de unos cincuenta metros de recorrido te internaba en medio de la bravura del río. En ella había puestos de venta de chubasqueros de plástico que, al rato, me arrepentí de no comprar. ¡Menuda chupa que pillé en unos pocos segundos!.
En el último tramo y muy cerca a una de las grandes cascadas había una torre con un ascensor panorámico desde la cuál podías tener una visión panorámica del conjunto del parque. También había una tienda de souvenirs en la que aproveché a comprar unos recuerdos.
Una vez terminada la visita volvimos al coche el cuál nos llevó cada uno a nuestro destino, ¿el mío?, el aeropuerto, ¡como no podía ser de otra manera!. 
Ésta vez mi destino era Río de Janeiro, mi último punto a visitar en el viaje y del cuál esperaba mucho. Tras facturar, pasar el control de seguridad y almorzar despegó el vuelo 3189 de Latam, la nueva aerolínea formada por la fusión de Lam y TAM.

El trayecto de hora y media hasta la capital carioca se me hizo realmente rápido y casi sin darme cuenta estaba ya introduciendo el equipaje en el maletero del coche que me fue a buscar para llevarme hasta al hotel. Divisando al fondo la silueta iluminada del Cristo Redentor nos fuimos internando rápidamente en la basta ciudad, atestada de gente sin camiseta y en bañador, ¡menudo ambiente!, pensé.
La verdad que la temperatura invitaba a ello, ¡era la primera vez en todo el viaje que sentía calor!.
A mi llegada al hotel, tras realizar el check-in y ordenar las cosas bajé a dar una vuelta por la Playa de Copacabana. Ésta estaba situada a apenas veinte metros del hotel y con una gran luna iluminando el mar atlántico ofrecía una escena realmente bonita. Cené algo rápido y volví al hotel, agotado pero deseoso de descubrir la ciudad que realizaría en pocos meses unos Juegos Olímpicos rodeados de polémica y que estarían en boca de todo el mundo. ¡Tenía buena pinta!.

Iguazú (día 7)

Y otro día amaneció. Después de una reconfortante ducha y del desayuno me dirigí a recepción para pedir un taxi que me trasladase al aeropuerto. En poco más de diez minutos estaba ya en la terminal para, ésta vez sí tomar mi vuelo a Puerto Iguazú. ¡Ya era hora!.
El trayecto de unas tres horas pasó rápidamente y enseguida me vi recogiendo la maleta en las cintas de la terminal del Aeropuerto Internacional Puerto Iguazú (AEG). Ya en la zona de llegadas me esperaba un trabajador de la empresa turística para llevarme, sin mucha demora al Parque Nacional de Iguazú donde esperaba un guía que me haría la visita privada.
El coche recorría una larga y recta carretera entre un frondoso bosque con altos arboles, una estampa muy parecida al de la película Jurassic Park. El guía esperaba sentado en el único hotel dentro del Parque Nacional, el Sheraton Iguazú Resort & Spa.
Con rapidez nos dirigimos a la estación principal del tren ecológico que recorre las principales zonas del parque para bajarnos en la última y más importante estación del mismo, La Garganta del Diablo. El parque cerraba a las 18:00 y por desgracia sólo tuvimos tiempo de visitar esa zona que, por otro lado, es la más impresionante.
Ya a pie y caminando entre pasarelas sobre el río Iguazú empezaba a notarse como cada vez más el agua fluía salvajemente y el sonido se acentuaba. Todavía a una distancia considerable podía verse la fumarola formada por la enorme caída del agua.
La Garganta del Diablo se encuentra localizada en la frontera entre la provincia argentina de Misiones y el estado brasileño de Paraná. Se trata de un conjunto de cascadas con una caída de 80 metros de altura que se desprenden hacia una angosta garganta la cual concentra el mayor caudal de las Cataratas de Iguazú siendo éstas a su vez las cataratas con mayor caudal del mundo. ¡Enormes!.
Las Cataratas de Iguazú están formadas por 275 saltos y el 80% de ellos se encuentra de lado argentino. Son reconocidas además como las más espectaculares y bellas del mundo. ¡Totalmente de acuerdo!.
La visita había terminado, había sido express sí pero...¡menos es nada!. Después del susto del día anterior en el que pensé que me iba a perder la visita me supo a gloria poder haber conocido, al menos, la parte más famosa del Parque Nacional de Iguazú.
Tras coger de nuevo el tren ecológico y parar en la estación principal volví al coche donde esperaba el chico para llevarme al hotel, el establecimiento en el que debería haber pasado ya una noche. ¡Anécdotas de los viajes!.
Después de una ducha y ponerme al día con la familia, novia y amigos decidí pegarme un buen festín y probar la fabulosa y conocida carne argentina en un buen restaurante recomendado por el guía. ¡No podía irme del país sin probar un buen plato de carne!, además aseguro que no me defraudó lo más mínimo, ¡estaba delicioso!.
Necesitaba descansar, llevaba un par de días metido en un aeropuerto y al día siguiente...¡debía coger otro vuelo!. Sarna con gusto no pica, ¡hasta mañana!.

Iguazú (día 6)

Octavo día desde mi salida de Bilbao y cuarto avión al que me iba a subir. Ésta vez me esperaba un trayecto El Calafate-Puerto Iguazú con escala técnica en Buenos Aires, ¡menuda paliza!.
Tras ducharme, desayunar y preparar la maleta híce el check-out del hotel y decidí salir a dar una vuelta. La furgoneta que me llevaría al aeropuerto no pasaría por el hotel hasta las 13:00 y tendría que hacer tiempo.
Después de un pequeño paseo por el pueblo y de un par de cafés apareció el auto y enseguida pusimos rumbo al pequeñísimo y coqueto Aeropuerto Internacional Comandante Armando Tola (FTE).
A continuación de pasar el pertinente control de seguridad y de almorzar un bocadillo salió puntual el vuelo 1821 de Aerolíneas Argentinas con destino Buenos Aires.
Posteriormente a las tres horas y media de vuelo y ya en el aeropuerto porteño me dispuse a caminar tranquilamente por la terminal buscando el vuelo de conexión a Puerto Iguazú. ¡Ningún problema!, enseguida fiché mi puerta de embarque, todo en hora y correcto.
Como en el aeropuerto había wi-fi decidí hablar un rato con los míos vía Skype. Minutos mas tarde estaba haciendo cola para embarcar pero...¡enseguida me percaté de que algo no iba bien!, el vuelo se estaba retrasando más de lo debido. La gente preguntaba con desesperación a los asistentes del vuelo sin que éstos dieran información detallada de lo que ocurría, tampoco de si el vuelo saldría próximamente tras la demora. Nuestras sospechas se confirmaron al rato.
Una mujer anunció por la megafonía del aeropuerto que el vuelo quedaba cancelado debido a extremas condiciones meteorológicas en destino. ¡Bien!, ¿y ahora?. Es cierto que, (por suerte) había cogido muchos vuelos a lo largo de mi vida pero...¡jamás se me había cancelado ninguno!. 
Los cientos de pasajeros del vuelo fuimos a todo correr hacia una de las ventanillas de reclamación en la cual nos dieron todo tipo de información acerca de donde recoger nuestro equipaje facturado, en qué vuelo nos recolocarían y el hotel en el que pasaríamos la noche. Todo, por supuesto a cargo de la aerolínea.
Mi mayor preocupación desde ese momento fue mi visita de las Cataratas de Iguazú que tenía programada para el día siguiente, ¿tendría tiempo de verlas?. Sólo iba a pasar dos noches en Iguazú y con éste contratiempo se ponía todo realmente patas arriba. ¡Mi visita a las cataratas corría serio peligro!.
Ya en el hotel designado por la aerolínea, situado en pleno centro de Buenos Aires y debo decir, mejor que el anterior en el que estuve llamé a la minorista para explicarles la situación y pedirles que hagan todo lo posible para que la visita se realizara. Respondió una chica muy profesional conocedora de la situación que me tranquilizó; me dijo que la visita a las Cataratas de Iguazú de lado argentino se realizaría de manera express a mi llegada y que la visita de lado brasileño sería justo antes de tomar mi vuelo a Rio de Janeiro. ¡Solucionado!, ¡por fin!.
No me quiero ni imaginar lo que hubiera sido estar en Iguazú y no ver una de las Siete Maravillas Naturales del Mundo, ¡hubiese sido desastroso!.
01:30 de la madrugada, tras un día muy largo, duro y estresante me tumbé en la cama y cerré los ojos. En pocas horas comenzaría otro día movido, amenizado eso sí, con la breve visita de uno de los conjuntos naturales más espectaculares del planeta.

El Calafate (día 5)

Un día más en la Patagonia y otro madrugón de los que no duelen. Tras el mismo ritual de siempre salí para esperar a la furgoneta que no tardó en llegar. Si el día anterior quedé impresionado con la grandeza del Glaciar Perito Moreno, en éste iba a quedarme boquiabierto con los paisajes de los preciosos glaciares Upsala y Spegazzini, dos de las joyas de la zona.
Aún de noche, como de costumbre y con una niebla que dificultaba la visión fuimos dejando atrás el pueblo para internarnos nuevamente en la llanura patagónica. Nuestro destino final era Punta Bandera, en el cual se encontraba el embarcadero y al que llegamos en una media hora.
Tras comprar el ticket monté en un moderno catamarán que disponía de dos alturas y un bar, todo ello rodeado de enormes cristaleras para poder disfrutar al máximo el paisaje.
Aún no era consciente del frío que pasaría aquella mañana. Imaginaros un barco en movimiento y a una temperatura de unos dos grados máximo. Aún así no tenía sentido quedarse dentro, en cuanto se disipó la niebla salí fuera y me congelé y me maravillé a partes iguales. ¡Menudos paisajes!.
Internándonos poco a poco en el Brazo Upsala ibas encontrándote auténticas sopresas de la naturaleza, todo ello mejorado aún más (si cabe) con el precioso amanecer al que asistimos. Sólo el viento terriblemente acuchillante hacía que aquel momento no fuese totalmente perfecto.
Una media hora más tarde y en las inmediaciones del Glaciar Upsala te das cuenta de la gran extensión que abarca, ¡el glaciar tiene una longitud de aproximadamente 54 kilómetros!, consiguiendo ser así el tercero más largo de Sudamérica. Sus paredes alcanzan además unos 40 metros de promedio, ¡no está mal tampoco!.
Pusimos rumbo al Glaciar Spegazzini y para mi sorpresa fue el que más me gustó de todos. Su característica principal es su gran frente, que alcanza los 135 metros de altura, ¡enorme!, ¡además a éste nos pusimos realmente cerca!. 
Por su situación entre montañas hace que sea realmente espectacular, una auténtica maravilla de la naturaleza y un regalo para los ojos. También creo que influyó el cielo despejado que reinaba en esos momentos.
Un puntazo fue también la oportunidad de tener entre las manos un gran trozo de hielo extraído de un iceberg cercano por parte de uno de los trabajadores del barco. ¡Una foto para el recuerdo!, ¡eso si que es un buen polo!.
Las tripas empezaron a rugir así que durante el trayecto de vuelta al puerto compré en el bar del barco un trozo de pizza y me lo comí allí mismo, observando aquellos maravillosos paisajes que seguro, nunca olvidaré.
Las visitas en la Patagonia habían terminado y aquellas visitas habían conseguido enamorarme aún más de lo que imaginaba. ¡Totalmente recomendable!, ¡no he visto nada igual en otra parte del mundo!.
Debía descansar, al día siguiente debía coger otro vuelo, sí, otro; ésta vez al norte y con escala en Buenos Aires. Iguazú me esperaba, ¿o no?.

El Calafate (día 4)

El despertador sonó y a las 06:30 ya estaba bajo el chorro de agua caliente de la ducha. Me vestí y salí a desayunar al pequeño comedor del hotel, el cual estaba totalmente vacío e incluso con las luces apagadas. Era temporada baja, ¡invierno!, no había visto demasiados turistas tanto en Buenos Aires como en El Calafate hasta ese momento.
Aún de noche, la furgoneta pasó a buscarme a mí y a un grupo de cinco o seis personas más de diferentes hoteles para ponernos enseguida rumbo al oeste.
Tras un trayecto de unos cuarenta minutos, dejando atrás las llanuras primero e internándonos cada vez más en paisajes montañosos entramos en el Parque Nacional de Los Glaciares.
La furgoneta se detuvo en un pequeño aparcamiento y un cartel en el que se podía leer "Mirador de Los Suspiros" captó enseguida nuestra atención. Allí lo tenía, delante mío, aún lejos pero lo suficientemente cerca como para cautivarte, el Glaciar Perito Moreno.
Con las manos congeladas nos ofrecieron allí mismo un café bien caliente que supo a gloria. De nuevo en la furgoneta pusimos rumbo al embarcadero en el cuál montaríamos en un barco para contemplar de cerca la grandiosa plataforma del glaciar. ¡Allí si que hacía frío!.
Una vez embarcados la tripulación nos mostró las indicaciones en caso de emergencia y no tardamos en ponernos en marcha a través del Lago Argentino, el mayor y el más austral de los lagos patagónicos.

El barco iba acercándose más y más, rodeados de icebergs, témpanos...de repente ahí aparecía, una inmensa pared de hielo de 60 metros de altura. ¡Increíble!, te dejaba helado, ¡nunca mejor dicho!, sin palabras. Una preciosidad.
Seguramente sea la visita natural que más me ha impactado. Los paisajes...el contraste entre el blanco del hielo y el verde de los bosques es simplemente espectacular.
Ya de vuelta en el embarcadero pusimos rumbo a las pasarelas desde las cuales se tiene una vista privilegiada del conjunto del glaciar. Allí aprovechamos también a almorzar y, aseguro que comer delante de ésta maravilla es algo realmente único. ¡Aunque fuera un simple bocadillo!.
Uno de los mayores espectáculos a los que puedes asistir en el Parque Nacional de los Glaciares es ver un desquebrajamiento del hielo debido al deshielo del glaciar. Bueno, pues yo tuve la suerte de vivir uno en directo. Recordad que son más o menos 60 metros de altura y os haréis una idea del sonido que hace al caer. ¡IMPRESIONANTE!.
Podías elegir dos caminos de vuelta al punto de encuentro con la furgoneta, el largo o el corto. Yo por supuesto elegí el largo. Un camino de subidas, bajadas y curvas a través de las pasarelas. Un paseo precioso rodeado de uno de los paisajes más bonitos que he visto en mi vida.

Una vez acabado el trayecto subí en la furgoneta para poner rumbo al hotel. ¡Qué pasada!, una de esas visitas de las que piensas que merece la pena todo el viaje sólo por haber visto eso. Jamás lo olvidaré, ¡realmente impactante!.
A la llegada me pegué una ducha necesariamente calentita y hablé con familia, novia y amigos acerca de lo maravilloso de aquel día antes de cenar y descansar.
¡Lo mejor de todo es que el día siguiente no se quedaría atrás!, estaba empezando a disfrutar de verdad.