jueves, 7 de julio de 2016

El Calafate (día 3)

Tras un buen madrugón arrivé al Aeroparque Metropolitano Jorge Newbery (AEP), el segundo aeropuerto de la ciudad en importancia para coger mi tercer vuelo en cinco días (contando el Bilbao-Madrid). El Boeing 737-800 de Aerolíneas Argentinas despegó a las 11:05 con destino El Calafate, a tres horas y media al sur de la capital.
Ya desde las alturas noté la falta de civilización y la soledad reinante en aquella parte del mundo. Cuando el avión aterrizó y recuperé mi equipaje facturado monté en el coche dirección el hotel, ¡las sensaciones se acentuaron entonces!. El auto transcurría por una carretera recta en medio de inmensas llanuras de tierra color marrón, sólo unos inmensos picos nevados al fondo rompían la repetitiva escena. Correspondían nada más y nada menos que a la Cordillera de Los Andes.
Una vez en el hotel me puse cómodo, me duché, hablé con mi gente y salí a dar una vuelta. El hotel estaba situado a escasos cien metros del centro del poblado que, realmente me sorprendió. La inmensa mayoría de las construcciones estaban hechas con madera bastante bien cuidadas. Un banco, tiendas de montañismo, tiendas de souvenirs, restaurantes, puntos de contratación de excursiones y...¡un casino!. El pueblo vivía por y para el turismo, todo viajero que desease ver el Parque Nacional de Los Glaciares pasaría por él.
También noté que el frío reinante en la zona era realmente acuchillante y...¡entonces recordé que había olvidado ciertas prendas importantes!. El gorro, los guantes y la bufanda, ¡casi nada!. En fin...durante esa época tenía cosas más importantes entre manos y en la cabeza, ¡un error lo tiene cualquiera!. Así que los compré en una de las muchas tiendas diseñadas para turistas olvidadizos.
Una vez visto el pueblo fui a cenar y me dirigí al hotel. Al día siguiente disfrutaría de uno de los platos fuertes del viaje y las excursiones de la zona implicaban grandes madrugones. ¡Estaba ansioso por conocer la Patagonia!. ¡Hasta mañana!.

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