jueves, 7 de julio de 2016

El Calafate (día 5)

Un día más en la Patagonia y otro madrugón de los que no duelen. Tras el mismo ritual de siempre salí para esperar a la furgoneta que no tardó en llegar. Si el día anterior quedé impresionado con la grandeza del Glaciar Perito Moreno, en éste iba a quedarme boquiabierto con los paisajes de los preciosos glaciares Upsala y Spegazzini, dos de las joyas de la zona.
Aún de noche, como de costumbre y con una niebla que dificultaba la visión fuimos dejando atrás el pueblo para internarnos nuevamente en la llanura patagónica. Nuestro destino final era Punta Bandera, en el cual se encontraba el embarcadero y al que llegamos en una media hora.
Tras comprar el ticket monté en un moderno catamarán que disponía de dos alturas y un bar, todo ello rodeado de enormes cristaleras para poder disfrutar al máximo el paisaje.
Aún no era consciente del frío que pasaría aquella mañana. Imaginaros un barco en movimiento y a una temperatura de unos dos grados máximo. Aún así no tenía sentido quedarse dentro, en cuanto se disipó la niebla salí fuera y me congelé y me maravillé a partes iguales. ¡Menudos paisajes!.
Internándonos poco a poco en el Brazo Upsala ibas encontrándote auténticas sopresas de la naturaleza, todo ello mejorado aún más (si cabe) con el precioso amanecer al que asistimos. Sólo el viento terriblemente acuchillante hacía que aquel momento no fuese totalmente perfecto.
Una media hora más tarde y en las inmediaciones del Glaciar Upsala te das cuenta de la gran extensión que abarca, ¡el glaciar tiene una longitud de aproximadamente 54 kilómetros!, consiguiendo ser así el tercero más largo de Sudamérica. Sus paredes alcanzan además unos 40 metros de promedio, ¡no está mal tampoco!.
Pusimos rumbo al Glaciar Spegazzini y para mi sorpresa fue el que más me gustó de todos. Su característica principal es su gran frente, que alcanza los 135 metros de altura, ¡enorme!, ¡además a éste nos pusimos realmente cerca!. 
Por su situación entre montañas hace que sea realmente espectacular, una auténtica maravilla de la naturaleza y un regalo para los ojos. También creo que influyó el cielo despejado que reinaba en esos momentos.
Un puntazo fue también la oportunidad de tener entre las manos un gran trozo de hielo extraído de un iceberg cercano por parte de uno de los trabajadores del barco. ¡Una foto para el recuerdo!, ¡eso si que es un buen polo!.
Las tripas empezaron a rugir así que durante el trayecto de vuelta al puerto compré en el bar del barco un trozo de pizza y me lo comí allí mismo, observando aquellos maravillosos paisajes que seguro, nunca olvidaré.
Las visitas en la Patagonia habían terminado y aquellas visitas habían conseguido enamorarme aún más de lo que imaginaba. ¡Totalmente recomendable!, ¡no he visto nada igual en otra parte del mundo!.
Debía descansar, al día siguiente debía coger otro vuelo, sí, otro; ésta vez al norte y con escala en Buenos Aires. Iguazú me esperaba, ¿o no?.

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