martes, 10 de febrero de 2015

Beijing (día 4)

Tras descansar cien por cien por primera vez en el viaje y ponerme las botas en el desayuno (como siempre) pusimos rumbo al Templo de Cielo al sur de la ciudad.
A la entrada del complejo un parque lleno de ancianos jugando al bádminton, a las cartas, haciendo tai chi o kung-fu. ¡A las ocho de la mañana! y todo ello con música a todo volúmen. Admito que muchos de ellos se movían mejor y más rápido que yo. ¡Qué vitalidad!.
En el centro, en el altar circular se encontraba el Salón de Oración para Buenas Cosechas, donde cada año, los emperadores acudían para solicitar la aprobación divina y realizar ceremonias de sacrificios rituales. Muy bonito, de lo que más me gustó de la ciudad.
A continuación nos dirigimos a visitar los famosos hutongs, los barrios antiguos de casas bajas y baños comunitarios que se construyeron durante las dinastías Yuan, Ming y Qing.
Una paseo en bicicleta con toldo para dos personas nos llevó a mi y a mi compadre español a través de los callejones del centro histórico de Beijing, por cierto, muy a nuestro pesar del incansable pedaleante de unos sesenta años. 
Tuvimos incluso la oportunidad de entrar en una casa abierta al público. ¡Muy interesante!
Antes de almorzar aprovechamos y realizamos algunas compras en muchas de las tiendas de la zona, por supuesto, con el arte del regateo que iba afinándose poco a poco.
Después de la comida llegaba el turno de las despedidas. Debía coger el tren de alta velocidad a Shanghai y mis compañeros, todos, continuaban su visita a Xian. Después de pasar unos buenos dias juntos en los que compartes tantas experiencias acabas por encariñarte con la gente y fue difícil. Intercambiamos facebooks y números de teléfono para mantener el contacto. 
Detalle de mi móvil durante mi estancia en China
Acordamos además dar una propina entre todos a Sara, la guía. Se había portado fenomenal con nosotros, se lo merecía.
En fin, un empleado de la agencia de habla hispana vino a buscarme y en un coche marca china fuimos hacia la estación de trenes. Él me ayudo a coger el tren, aseguro que sin su ayuda habría tenido un problema, ningún cartel en inglés, todo con letras chinas.
Más de 1.300 kilómetros en cinco horas. Un tren nuevo, a picos de velocidad de 300km/h y sin un meneo, increíble.
A la llegada a Shanghai, otra chica con un cartelito con mi nombre. Luciana, mi nueva guía. Esperaba encontrarme con más gente, un grupo nuevo, pero para mi sorpresa estaba sólo. Una guía para mi solo, un lujo. 
Metí mi maleta en el maletero y el chófer cerro la puerta antes de tiempo, ¡menudo golpe me llevé en la cabeza! -¡No pasa nada!, estoy vivo. Por dentro me cagué en su...
¡Vaya bienvenida que tuve!. Ya en el hotel me di cuenta de que era, si cabía, mejor que el de Pekín, la habitación más grande que he visto nunca, bañera de hidromasaje con vistas...¡lastima no poder compartirla! 
Sin cenar, me tiré en la cama. Estaba cansado y al día siguiente madrugaba de nuevo para hacer las visitas.
¡Bendita paliza!

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