jueves, 11 de diciembre de 2014

Los Ángeles (día 3)

El tercer día era, para mí, el más esperado de todos, el de las emociones más intensas...en todos los aspectos.
Después de un amplio desayuno me dirigí a pedir un taxi en la recepción del hotel. ¿Dirección? ni más ni menos que la oficina de alquiler de coches Avis, situada en el corazón del Downtown. 
Al llegar allí, entregué mi hoja con la confirmación de la reserva del coche y me hicieron subir por un ascensor hasta un octavo piso. 
Al abrirse la puerta allí lo vi delante de mí, en un extenso garaje al fondo, un Ford Focus azúl con las puertas abiertas, cerca, un trabajador de la empresa ya preparaba otro coche.
Me monté, manipulé el GPS, lo puse en castellano y metí la dirección, 5225 Figueroa Mountain Rd, Los Olivos.
No me lo podía creer, era cierto, iba a cumplir mi sueño. Salí a la calle, con mil ojos puestos y me posicioné en un carril el cuál llevaba directamente a la autopista. ¡Qué autopistas! atestadas de coches y con el pavimento blanco que tantas veces hemos visto en peliculas.
A mi lado, adelantándome o yo a ellos, desde Ferraris y Porsches a coches de baja gama con sus conductores rapeando con los graves atope.
Me esperaban dos horas y media de trayecto hacia el norte de California.
Muy pronto empecé a disfrutar de la conducción, primero dejé atrás la basta ciudad y después los increíbles paisajes, todo ello amenizado con mi disco de éxitos grabado previamente para tal ocasión.
Empezaba a acercarme al destino y iba poniéndome cada vez más nervioso, pero allí estaba, a mano izquierda una entrada, unas puertas; Neverland Valley Ranch. ¡Increíble!
Como anécdota contaros que nada más llegar, vi las puertas abriéndose sigilosamente para dejar entrar a un coche que deduje sería de mantenimiento. Me costó no intentar colarme la verdad. ¡Qué oportunidad!
Aproveché también a dejar una carta escrita por mí, otra por mi madre y otra por mi prima, todos grandes seguidores de Michael Jackson.

Tenía que volver, y el dar media vuelta con el coche dejando atrás esa verja, la de mis sueños, fue una sensación extraña. Pero lo disfruté al máximo, lo aseguro. Mi próxima visita ya de vuelta a la gran ciudad no era ni más ni menos que el Observatorio Griffith. ¡Vaya vistas me esperaban! ¡Y yo conduciendo por toda esa mole de ciudad!.
Esas fueron mis únicas dos visitas aquel día en Los Ángeles, para unos desaprovechado, para mí, uno de los mejores días de mi vida. Lo recordaré siempre. 
Conduje hasta el hotel y allí esperaba el aparcacoches, de habla hispana con el que mantendría una gran relación durante el viaje. Ya en la habitación eché una siesta, y cené un par de perritos calientes estilo mexicano. ¡Los mejores que he probado nunca!.
¡Un día inmejorable!.

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